Hay dos formas de ver la vida: o de manera brillante o de manera miserable.
De la primera, es un ejemplo, estos días, el caso de Iván Fernández. Un deportista que, según cuenta en su blog, se encontró en la tesitura vital de ganar a toda costa una importante carrera o hacer valer unos valores que llevará dentro porque así lo han educado. Cuenta El País la historia completa: el corredor va detrás del medallista Abel Mutai; es inalcanzable para Iván; de repente, Abel se confunde y se para antes de llegar a la meta, Iván lo alcanza y le indica que la meta está más adelante; Abel gana la carrera. Muchos le han criticado por su mal gesto deportivo, se corre para ganar. Su entrenador reconoce que "fue un gesto de honradez muy bueno. Un gesto de los que ya no se hace. Mejor dicho, un gesto de los que nunca se han hecho. Un gesto que yo mismo no habría tenido. Yo si que me habría aprovechado para ganar". El propio corredor dice que si hubiera estado en juego una medalla se lo habría pensado. Pero el hecho es que lo hizo y ese gesto le ha dado más alegrías que tristezas. Pensó a lo grande, con valores grandes, con brillantez.
El otro caso es pensar miserablemente. No es que quien así actúa sea miserable. La masa provoca estas actitudes. Hoy en la cabalgata de Reyes en Madrid, en la Plaza de Colón, al terminar el desfile se producía una avalancha humana de padres con niños, abuelas y abuelos que daba un poquito de tristeza. Se adentraban en la calle para recoger los caramelos que quedaban sin recoger. Tenía que haber un cordón de seguridad de Protección Civil para que no interrumpieran la Cabalgata. De hecho, donde yo estaba, llegaron a tirar las vallas de protección para poder acceder a la calle y recoger los caramelos. Esos caramelos que valen 2 euros la bolsa de 50. Pero como era gratis...
Y no es la crisis. Es que a nosotros nos gusta mucho lo que no nos cuesta. Pero nada es gratis en esta vida. Entre pensar con brillantez y actuar de manera miserable, yo prefiero lo primero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario